¡Epidemia! Lo que debemos saber como Cristianos
[salv12] Por David Boanerge
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“No temerás el terror nocturno, Ni saeta que vuele de día, Ni pestilencia que ande en oscuridad, Ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, Y diez mil a tu diestra; Mas a ti no llegará”. (Salmo 91:5-7)
Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. (Salmo 23:4)
En estos tiempos de Pandemia, cuando el mundo entero se estremece ante un nuevo brote de influenza humana, nosotros como hijos de Dios podemos tener una esperanza. La misericordia de Dios es infinita y por tal motivo nos ha dejado en Su Palabra un consuelo que puede sostenernos en tiempos de mortandad.
Tabla de Contenido
La enfermedad y el hombre
Desde que el hombre fue expulsado del huerto del Edén tuvo que enfrentarse al problema de la enfermedad y la muerte. Poco sabemos sobre el estado físico de Adán antes de la Caída, si Adán podía herirse o fatigarse es algo que entra dentro del reino de lo posible, ya que Jesucristo, el segundo Adán, también se fatigaba, tenía hambre y sed como lo demuestran los pasajes de Mateo 21:19 y Juan 4:5-7, sin embargo algo que debe quedarnos muy claro es que por su estado de inocencia ( “sin pecado”), Adán no podía morir, ya que sólo el pecado trae la muerte : “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
En efecto, Adán había sido creado como un ser inmortal que se enseñorearía de la creación y caminaría eternamente al lado de Dios, cuidando y labrando el huerto. En esa condición previa a la caída, Adán probablemente podía tener hambre, fatigarse y hasta dormir, pero lo cierto es que es prácticamente una certeza que no podía enfermarse, porque la enfermedad muchas veces es un castigo de Dios por el pecado y es la antesala de la muerte.
No obstante, Adán pecó y fue entonces que la muerte entró en el mundo. La Tierra, que hasta ese momento había sido buena, prodigando la bendición de Dios al hombre, tuvo que ser maldita por su causa y también produjo cardos y espinas. El hombre comería su pan con dolor (Génesis 3:17-19). La nueva condición pecaminosa del hombre no le hubiera permitido continuar habitando en una Tierra no caída, por ello fue sometida a la corrupción (Romanos 8:20-21). La Tierra fue transformada por Dios en un lugar en el que por causa del hombre habría dolor, enfermedad y muerte.
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La enfermedad: Flagelo de Dios
Cuando la maldad se multiplica, cuando el hombre sobrepasa sus límites y hace lo que es abominable a los ojos de Dios, Dios derrama sobre el Su Santo Juicio que muchas veces se manifiesta en forma de enfermedades.
La primera evidencia de esto que aparece en la Biblia es cuando el Faraón y el pueblo egipcio en general se negaban a liberar al pueblo de Dios. Moisés había pedido al Faraón que liberara al pueblo escogido y los dejara ir a adorar a Dios, pero el Faraón, con el corazón endurecido, se negó a hacerlo. Dicha desobediencia provocó la ira de Dios y hubo varios castigos de su parte, plagas, que se derramaron sobre el pueblo egipcio. Ranas, piojos y moscas provocaron grandes molestias a dicho pueblo, pero cuando ni aún así dejaron marchar al pueblo de Dios, hubo juicio en forma de enfermedad que hirió al pueblo egipcio: “Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Tomad puñados de ceniza de un horno, y la esparcirá Moisés hacia el cielo delante de Faraón; y vendrá a ser polvo sobre toda la tierra de Egipto, y producirá sarpullido con úlceras en los hombres y en las bestias, por todo el país de Egipto. Y tomaron ceniza del horno, y se pusieron delante de Faraón, y la esparció Moisés hacia el cielo; y hubo sarpullido que produjo úlceras tanto en los hombres como en las bestias. Y los hechiceros no podían estar delante de Moisés a causa del sarpullido, porque hubo sarpullido en los hechiceros y en todos los egipcios” (Éxodo 9:8-11). Esta primera enfermedad, aunque molesta, no fue mortal, sin embargo, como ni aún así Faraón y los egipcios quisieron doblegarse a la Voluntad de Dios, finalmente Dios quitó la vida a todos los primogénitos de los egipcios, tanto de los hombres como de las bestias: “Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová. […] Y aconteció que a la medianoche Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales. Y se levantó aquella noche Faraón, él y todos sus siervos, y todos los egipcios; y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto” (Éxodo 12:12,29-30).
Este hecho portentoso y terrible fue realizado por Jehová Dios en aquella noche. Hasta hoy no sabemos si dicha mortandad fue resultado de alguna enfermedad que Dios haya utilizado para consumar su juicio o no, lo cierto es que después de esto los egipcios se doblegaron y se apresuraron a dejar ir al pueblo hebreo.
La vida y la muerte: Todo proviene de la mano de Dios
Decía Moisés en su cántico respecto a Dios: “Ved ahora que yo [Jehová], yo soy, Y no hay dioses conmigo; Yo hago morir, y yo hago vivir; Yo hiero, y yo sano; Y no hay quien pueda librar de mi mano” (Deuteronomio 32:39). Para algunos esto puede parecer una verdad difícil de aceptar, pero lo cierto es que sólo Dios tiene poder de vida y de muerte sobre nosotros. Nadie más sino sólo Él en la persona de Jesucristo, tiene poder sobre la vida y la muerte. Decía Jesús: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Luego, al vencer al Diablo en la cruz, Jesús arrebata de sus manos el imperio de la muerte (Hebreos 7:14,15). Ahora es Él quien determina quién vive y quién muere: “Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalípsis 1:17-18).
Ahora bien, como habíamos mencionado un poco más arriba, la enfermedad es el medio que usa Dios para castigar a algunos o para probar a otros. Decía el salmista “Porque persiguieron al que tú heriste, Y cuentan del dolor de los que tú llagaste” (Salmo 69:26). Hay que recordar también las diversas rebeliones del pueblo judío, cuando hubo juicio de Dios en los que los hirió con mortandad (Números 11:31-35, 21:6-10). La historia de Job es un buen ejemplo de que a veces Dios permite que alguien enferme con un propósito. Jesús decía: “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos” (Mateo 10:29-31). Detengámonos un momento en este pasaje hermanos. Si aún los cabellos de nuestra cabeza están contados, eso quiere decir que todo, absolutamente todo lo que se refiere a cada uno de nosotros, es algo por lo cual Dios se interesa, razón por la cual podemos afirmar que todo aquello que nos sucede es porque Dios lo permite y por lo tanto la enfermedad o la salud son cosas que dependen de la Voluntad de Dios.
Satanás y la enfermedad
Ahora bien, el enemigo de nuestras almas, Satanás, también usa la enfermedad para tratar de destruir la obra de Dios. En Lucas 13:10-17 se narra la sanidad de una mujer con “espíritu de enfermedad” que había estado 18 años encorvada (v. 11) y que fue sanada por Jesús en día de reposo, ahí Jesús le dice al principal de la sinagoga: “Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?” (Lucas 13:16).
Otro pasaje que resulta muy ilustrativo es la enfermedad de Job (Job 2:4-7). Job, varón justo y temeroso de Dios es probado por Él para ejemplo a todos los que habríamos de venir después de Job, que Dios hace todas las cosas con un propósito y que siempre, independientemente de las circunstancias, debemos confiar en Dios.
Ahora bien, mudos, lunáticos y endemoniados, todos ellos enfermos del tiempo de Jesucristo, lo estaban por causa del Diablo. Aún hoy en día su labor más grande es hacer caer a los escogidos de Dios para hacerlos renegar: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 Pedro 5:8,9). Es muy probable que en el pasaje de Efesios 6:11 los dardos de fuego del maligno sean enfermedades y dolencias. Lo importante es saber que si Dios permite que el Diablo nos ataque con alguna enfermedad es por alguna razón.
El cristiano y la enfermedad
Una pregunta que seguramente muchos siervos de Dios nos hemos hecho es ¿Por qué nos enfermamos?
Con base en lo que hemos visto, Dios permite que nos enfermemos por algún motivo. El pueblo judío tenía la noción de que siempre que había enfermedad era resultado de un juicio de Dios sobre el pecado. En el pasaje de Juan 9, cuando Jesús sana a un ciego de nacimiento, sus discípulos le preguntan quién fue el que pecó para que este hombre se encuentre en dicha condición, si él o sus padres, entonces “Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:3).
En efecto, a veces la enfermedad es por causa de un pecado o inclusive porque es la manera que Dios utiliza para quitarnos de la Tierra “Estaba Eliseo enfermo de la enfermedad de que murió. Y descendió a él Joás rey de Israel, y llorando delante de él, dijo: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo!” (2 Reyes 13:14), otras veces para cumplir el propósito de Dios. Parece ser que el apóstol Pablo tenía una grave afección, algunos suponen que de los ojos, pero todo tenía un propósito: Perfeccionar el poder de Dios en la vida de Pablo a través de su debilidad (2 Corintios 12:7-10).
Pablo, un verdadero siervo de Dios, varón esforzado que por amor a Jesús padeció tanto, estaba enfermo, y con todo Dios quiso que siguiera en ese estado porque de esa manera, con el aguijón en su carne, Pablo era en las manos de Dios un instrumento más adecuado. Ese aguijón, esa enfermedad, hacía de Pablo un siervo útil y totalmente sujeto a Dios.
Aquí debemos preguntarnos hermanos por cuál razón estamos enfermos. Si es el juicio de Dios porque hay pecado en nuestras vidas, pongámonos a cuentas con Él y pidamos perdón por nuestras faltas. Si es porque de esta manera somos más útiles para el Señor, aceptémoslo, dobleguémonos bajo su poderosa mano y llevemos con paciencia nuestra carga ¿Cómo podemos entender a los que sufren y llorar con los que lloran si nosotros nunca hemos sufrido o llorado? Confiemos en el Señor plenamente porque “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Pandemias y epidemias: Cumplimiento del Juicio de Dios.
“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24:6-8). Hacia el final de los tiempos habrá pestes y guerras. Eso no debe sorprendernos. El juicio de Dios se derrama sobre un mundo pecador que aprueba el aborto y aplaude la homosexualidad. Un mundo que se ha alejado de los caminos de Dios y corre hacia la destrucción, exaltando sus horribles pecados como si se tratara de excelentes virtudes y admirando a todo aquel perverso que exhibe con descaro sus pecados. Si Dios no perdonó a Sodoma y a Gomorra, ¿perdonará a un mundo que asesina a sus hijos nonatos y que se siente orgulloso de todas sus maldades y libertinaje? Ciertamente no.
Por eso no debe sorprendernos lo que está sucediendo. La presente pandemia, otras que hubo y otras que habrá, son el resultado del juicio de Dios por la maldad del hombre y señalan el fin de los tiempos. Como cristianos debemos tener tranquilidad. En el Salmo 91:5-7 se nos dice “No temerás el terror nocturno, Ni saeta que vuele de día, Ni pestilencia que ande en oscuridad, Ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, Y diez mil a tu diestra; Mas a ti no llegará”. No debemos temer, porque tal como hemos visto Dios puede preservarnos de la enfermedad, porque en caso de que enfermemos Él puede sanarnos (1 Pedro 2:24), o simplemente porque si Dios permite que enfermemos es por algún motivo. Si es por un pecado, pongámonos a cuenta con Él, si es por alguna otra razón, pidámosle que nos revele su propósito o que nos de la fe y la fortaleza para soportar la prueba. Simplemente no debemos temer como el resto del mundo, porque como el apóstol Pablo nosotros podemos decir: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12).
Recordemos lo que nuestro Señor y Dios, Cristo Jesús, hizo por amor a nosotros en la cruz: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:4-5).
La paz del Señor sea con ustedes hermanos. Amén. Download “salv12-boanerge-epidemia.pdf” salv12-boanerge-epidemia.pdf – Downloaded 257 times – 132.96 KB