eva02 ¡Por poco me persuades a ser cristiano!

¡Por poco me persuades a ser cristiano!
¡Espere! Todavía no le cierre la puerta de su corazón a Jesucristo

Por David Boanerge
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©2006 www.folletosytratados.com

Seguramente alguien acaba de explicarle el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Usted lo escuchó con la paciencia y el interés suficientes, y por un momento consideró que lo que se le había mostrado realmente era la Palabra de Dios.




Sin embargo, después de haberlo escuchado, usted decidió dar marcha atrás. Por un momento se sintió convencido, pero al pedírsele que diera el paso definitivo e hiciera una decisión por Cristo, la convicción que había comenzado a nacer en su corazón se desvaneció y ya no se sintió tan seguro…

Usted no es el primero que experimenta ese tipo de dudas; sin embargo, la decisión que usted tome va a determinar el resto de su eternidad. Por eso le pedimos que antes de cerrarle a Jesucristo la puerta de su corazón definitivamente, lea con cuidado el presente folleto. Literalmente es cuestión de vida o muerte.

Pablo y Agripa: Cuando “por poco” no es suficiente

Cierta vez, el apóstol Pablo fue presentado ante el gobernador de Palestina Porcio Festo y ante el rey Herodes Agripa por causa del juicio que los fariseos y los saduceos habían promovido en su contra. En aquella ocasión, Pablo aprovechó para dar el testimonio personal de su conversión, y para exponer el Evangelio a aquellos importantes personajes. En cierto momento, Festo acusó a Pablo de haber enloquecido a causa de sus múltiples estudios (Hechos 26:24), pero Pablo se defendió y sostuvo que sus palabras eran verdaderas. Fue en ese momento que Pablo apeló al rey Agripa, afirmando que Agripa creía en los profetas. Éste indudablemente se sorprendió bastante, no tanto porque no creyera, sino porque Pablo lo estaba confrontando con algo que hubiera hecho que Agripa cambiara definitivamente su manera de vivir, por lo que contestó: “Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos 26:28). Agripa estuvo muy cerca de admitir que lo que había expuesto Pablo respecto al Evangelio era cierto, pero en el último momento no se atrevió a dar ese paso, y por ese motivo, quizá, perdió su oportunidad para ser salvo.




20 siglos después: La respuesta que usted le ha dado al Evangelio

Con seguridad el cuadro que se le ha presentado le resultó familiar. Alguien tocó a su puerta y le pidió que le permitiera exponerle el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Usted aceptó y esa persona le mostró a través de la Biblia la razón por la cual el pecado y la muerte dominaban en la vida de todos los seres humanos (Romanos 6:23; 3:23), la manera en que Dios lo amaba (Juan 3:16) y como Jesucristo, el Hijo de Dios, había pagado en la cruz por sus pecados (Romanos 5:8). A lo largo de toda esa exposición usted fue convenciéndose paulatinamente de que todo eso era cierto. Reconoció que sus pecados lo habían apartado de Dios y que de seguir por ese camino usted terminaría en el infierno. Se enteró del amor de Dios y del sacrificio que Jesucristo hizo por nosotros para salvarnos y se le dijo la manera como usted podía arrepentirse de sus pecados y ser salvo.

Entonces, en algún momento, usted comenzó a sentir dudas. Aunque a usted todo le pareció cierto, hubo un punto en el que usted comenzó a preocuparse por lo que sus amigos o familiares pudieran decir. Quizá empezó a rondar por su cabeza la idea de que cambiar de religión no era algo bueno, y es muy probable que al pedírsele que recibiera a Cristo como su Señor y Salvador usted sintiera miedo.

En efecto, usted estuvo tan cerca de convencerse como lo estuvo el rey Agripa hace casi 2000 años, pero al igual que él, usted decidió no dar ese paso final, y optó por no comprometerse, lo cual es con toda seguridad la peor decisión que pudo haber tomado en su vida.




¿Por qué es una mala decisión?

Básicamente, es una mala decisión porque a usted le fue predicada la verdad, y se le señaló el camino que Dios ha provisto para salvar al hombre, y al rechazarlo, lo que usted ha hecho en realidad es rechazar a Dios: “Por tanto, oyó Jehová, y se indignó; se encendió el fuego contra Jacob, y el furor subió también contra Israel, por cuanto no habían creído a Dios, ni habían confiado en su salvación” (Salmo 78:21, 22); así que la ira de Dios está sobre usted: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).

El problema es que por el hecho de no haber creído, usted está en peligro de ser condenado al infierno: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16). Esto precisamente porque al no creer y arrepentirse, usted está desobedeciendo directamente a Dios:”Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30).

Ahora bien, medite en lo siguiente: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:17,18).




¿Quién es el principal interesado en que usted no sea salvo?

Tal vez usted no lo sepa, pero tiene un gran enemigo: Satanás. Si existe alguien interesado en que usted no crea y se pierda, es él. Precisamente en una de sus parábolas, la del sembrador (Lucas 8:4-15), Nuestro Señor Jesucristo nos dijo que aquellas personas que escuchaban el mensaje eran atacadas por este ser para evitar que fueran salvos: “Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven” (Lucas 8:12).

¡A él le interesa que usted termine en el infierno! Piense en el siguiente pasaje: “El ladrón [Satanás] no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo [Jesucristo] he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

La incredulidad: Un camino seguro al infierno

Algo que debe quedarnos muy claro, es que a fin de cuentas los únicos responsables de que terminemos en el infierno somos nosotros mismos y nuestra incredulidad. Si bien el diablo siempre pone obstáculos y tentaciones y nos hace dudar, lo cierto es que creer o no creer es una decisión que cada persona toma y por esa decisión, acertada o equivocada, es que deberá asumir las consecuencias. “Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle.” (Mateo 21:32).

Dios quiere darnos cosas buenas, pero no lo hace por causa de nuestra incredulidad: “¿Y a quiénes juró [Dios] que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad” (Hebreos 3:18,19).

La incredulidad no agrada a Dios, por lo cual es un camino que resulta peligrosos seguir: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8).




Jesucristo: El único camino al Padre

Tal como se le explicó, la única manera de llegar a Dios es a través de Jesucristo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13,14). Esa puerta de la que habla es Él mismo: “Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:7,9).

En definitiva, no todos los caminos llevan a Dios, sólo por medio de Jesucristo podemos reconciliarnos con Dios: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6)




¿Cómo puede convencerse de que esto es verdad?

En cierta ocasión Jesús fue a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios; en esa ocasión Él decía: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

Es lo que Pablo invitó a hacer al rey Agripa, a que creyera en Jesucristo por lo que de Él se dice en la Biblia (los profetas), ya que: “De éste [Jesucristo] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Juan 11:25-27). De ahí se desprende la importancia de tener fe en Cristo Jesús para ser salvos (Efesios 2:8,9), es decir, ser justificados: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6).




¡No será avergonzado!

Tal como le dijimos al principio de este folleto, píenselo bien y todavía no le cierre la puerta de su corazón a Jesucristo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).

Recuerde que depende de la respuesta que usted le de, que Él lo salvará o que usted se condenará. Si se pone a pensar en el asunto, éste es cuestión de vida eterna o muerte eterna. Por eso no se avergüence, que no hay peor vergüenza que terminar en el infierno por nuestra propia incredulidad: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Romanos 10:9-11).

Una vez, Jesucristo le preguntó a un hombre: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?” El hombre le respondió a Jesús: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?” (Juan 9:35,36). Usted ya sabe quién es el Hijo de Dios, la pregunta es ahora ¿Está usted dispuesto a creer en Él?




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